Mi amigo el ibuprofeno

Mal pintaba la tarde de ayer, a pesar de la agradable temperatura que prometía el anochecer y las piernas fresquitas tras treintados horas de descanso un insufrible dolor de lo que mi galena particular define como "faringitis-crónica-¿tenéis-el-aire-acondicionado-muy-fuerte-en-el-trabajo?" (es que siempre utiliza la misma frase) parecía que iba a arruinar mi sesión de desgaste de las calles de mi Tres Cantos de adopción.
Uno que es un tipo recio y reacio al uso excesivo de la química, pero muy débil a lo que el correr y su adicción (abducción también valdría) implica, se acercó a su prescriptora de fármacos y susurrando, para que los alfileres de la garganta no se clavaran mucho en ésta, gimió "jay paya dame arrrgoo". "Busca en el cajón, que tiene que haber algún iboprofeno suelto, quejica". Revolviendo entre esa maraña de pastillas de todas formas, tamaños y colores, muchas de ellas procedentes de muestras de laboratorio (creo que tengo alguna viagra en casa, por si alguien la necesita) engullo esa pedazo de pastilla, del tamaño de una pizza hidrofilizada de las que comen los astronautas en el espacio y me voy al sofá a ver como el reportero de España directo sigue cocinando unas migas para luego zampárselas con la sonrisa profidén puesta.

Milagrosamente, a las 20.30, entono una escala entera "do-re-mi-..." y parece que es daño está resuelto o al menos encubierto. Me calzo las zapas, "hoy fácil que el cuerpo no está para hacer excesos" y salgo en dirección al polígono. Cuando llego al desvío que diferencia el hacer 12kms o pasar de la hora corriendo miro a mi casio y veo que la cosa va bien, por lo que engañándome, una vez más, "ya correré mañana suave"...

1h01'30'', entre 14.5 y 15kms... osea que a "4poco" y 19ºC en la puerta de casa. Bonitos números todos ellos.